Hace poco más de dos años, Carmen Canet
sorprendía a los lectores con una serie de aforismos agavillados bajo el título
de Malabarismos. “Carmen Canet piensa
como una equilibrista porque comprende que la gramática parda tiene su lírica”,
escribía entonces Luis García Montero. Y precisaba: “Su decir es una obra de
construcción y destrucción: el arte del malabarismo”. Fue suficiente esa serie
de dichos lapidarios para que su autora apareciese en sendas antologías:
primero en Bajo el signo de Atenea. Diez
aforistas de hoy, y después en Concisos.
Aforistas españoles contemporáneos. Recientemente ha presentado Luciérnagas, su segunda incursión en el
género, con lo que se consolida como una de las voces más interesantes de la
literatura abreviada.
La parquedad de su obra no ha sido
óbice para que la autora de Luciérnagas
se incorpore al círculo virtuoso del creador. El aforismo, como la poesía o la
filosofía, hunde sus raíces en la biografía. Y de ello tenemos muestras más que
suficientes en las sentencias de nuestra urcitana. Pero se reduce a eso, mera
biografía, hasta que, convertido en vocación, se hace destino. De ahí que Carmen
Canet decida “estar al acecho, tropezar en la vida con ideas e imágenes
inesperadas, para luego, con un lenguaje lúcido e irónico, lanzar sus visiones
a la página y así lograr que nos alcancen, nos sorprendan”, como dice en
“Acerca del aforismo” (Bajo el signo de
Atenea). Después, y sólo en casos excepcionales, el destino individual entra
a formar parte del destino humano.