martes, 30 de abril de 2019

MIGUEL DE CERVANTES: UNA VIDA AL MARGEN


       


            De la misma manera que don Quijote pudo decir: “Yo sé quién soy”, no es improbable que Miguel de Cervantes hubiera podido afirmarlo de sí mismo. José Manuel Lucía Megías, uno de los cervantistas más avezados de este comienzo de siglo, ha dedicado tiempo e ingenio a esclarecer esta posibilidad: ¿Quién fue Miguel de Cervantes? El resultado de sus indagaciones se ha materializado en una biografía de Cervantes rigurosa, por lo que hace a los materiales aportados, y lúcida, por lo que respecta a los argumentos esgrimidos, que supedita la solemnidad académica al estilo personal. Si en la primera parte, La juventud de Cervantes, subtitulada Una vida en construcción (1547-1580), mostraba los primeros treinta y tres años de su vida, en la segunda parte, La madurez de Cervantes, subtitulada Una vida en la corte (1580-1604), abordaba los años del alcalaíno en el laberinto de la Corte hispánica. Y ahora cierra la trilogía con La plenitud de Cervantes, que subtitula Una vida de papel (1604-1616), en la que expone los años cruciales de nuestro autor.
            Con el paso de los años, el autor del Quijote fue dando lugar a diferentes imágenes, que pueden sintetizase en estas tres: el Miguel persona, el Miguel personaje y el Miguel mito. “¿A qué Miguel de Cervantes prestarle atención?”, se preguntaba Lucía Megías en la “Carta dedicatoria al lector” que abría el primer volumen de la trilogía. Pues bien, lo que allí proponía como una declaración de intenciones, es decir, el interés por las tres figuras distintas, ha pasado a ser un hecho constatable en el tercer volumen de la biografía que ahora saca a la luz pública, esto es, la unión de las tres personas distintas en un solo hombre verdadero. Lo cual no es óbice para que el biógrafo ibicenco distinga  en la vida de Cervantes dos etapas perfectamente diferenciadas: una primera etapa, dinámica o itinerante, de construcción de una vida, que concluye en 1580, a la vuelta del cautiverio de Argel (a la que dedica el primer volumen de su excelente biografía), y una segunda y última etapa, estática o sedentaria, de consumación de esa vida (a la que dedica los dos volúmenes ulteriores).

Y así como en los dos primeros volúmenes se ocupó en presentar al lector la construcción de una vida, la de Miguel de Cervantes el hombre, en este último  se empeña en la deconstrucción de los diferentes mitos que han venido a sobreponerse a la “imagen real” de nuestro escritor más reconocido. En primer lugar, el mito del escritor fracasado en vida (a la sombra de otros autores de éxito como Lope de Vega), al que le estaba reservado el reconocimiento de la posteridad. En segundo lugar, el éxito editorial de su propuesta quijotesca, frente al fracaso del resto de su obra (total en su faceta de poeta y dramaturgo, y parcial en el resto de sus obras narrativas). El libro nos brinda una mirada nueva sobre Miguel de Cervantes, “letrado” que opto por vivir en los márgenes  de la sociedad de su tiempo y que consiguió realizar un proyecto literario verdaderamente universal, en franca oposición a aquellos que abordan la vida del genial escritor alcalaíno en función de su criatura manchega, inaugurada por Gregorio Mayans y Siscar en 1738 y que prosigue hasta ahora.
            Frente al mito del genio infeliz y fracasado, Lucía Megías propone una imagen veraz de Cervantes: la imagen de un hombre de carne y hueso, del “letrado” en la sociedad de su tiempo, una sociedad fascinante como lo fue la de la Monarquía Hispánica. Se trata, en definitiva, de una imagen en la que el biógrafo intenta deslindar lo que puso Cervantes de lo que sobrepusieron los ilustrados y los románticos ingleses, franceses y alemanes, antes incluso que los españoles. En este último tramo de su valiosa biografía cervantina, subtitulado certeramente Una vida de papel, Lucía Megías destaca la difícil relación del poeta con la sociedad de los Siglos de Oro: el poeta que la nobleza, primero, y la burguesía, después, relegan a los márgenes de la sociedad; el compañero desconocido de todas las cosas, que goza y que sufre con todas las cosas; el poeta, en fin, disconforme y genial que rompe con las convenciones sociales, incluso con las de la lengua, como reacción contra sus presiones, movido por el deseo de libertad y por la nostalgia de la sociedad que lo orilla.
            Y frente al segundo mito, el del éxito editorial del Quijote sobre al resto de su obra, el autor de La plenitud de Cervantes contrapone “el verdadero autor de un programa literario que no se agota con El Quijote. Para ello recurre, en primer lugar, al análisis de la difusión editorial de sus libros, lo cual reporta algunas sorpresas; en segundo lugar, al ámbito de recepción de los mismos que tiene lugar con el paso inevitable del tiempo; y, por último, a las sensaciones de los lectores, tanto los coetáneos como los ulteriores. Pues, si bien es cierto que la primera parte del Quijote gozó de un éxito editorial considerable en 1605, no sucedió lo mismo con la segunda parte (1615), de cuya edición aún quedaban ejemplares en el año de 1623. Por otra parte, si bien es cierta la escasa difusión de las obras en verso (Viaje del Parnaso) o en las teatrales (ocho comedias y ocho entremeses), las Novelas ejemplares conocieron ocho reediciones desde 1613 a 1622, y el Persiles conoció cinco reediciones en 1617, y en cinco ciudades diferentes: París, Barcelona, Valencia, Pamplona y Lisboa.
            La plenitud de Cervantes, el último volumen de esta biografía, tiene el mérito de proyectar una mirada nueva sobre la vida y la obra de Miguel de Cervantes. Tal vez no sea su menor mérito el hecho de haber destacado, por una parte, la vida marginal del alcalaíno y, por otra, la originalidad de un programa literario memorable, al que dedicó los últimos años de vida, los que van desde la publicación de la primera parte del Quijote, en el Valladolid de 1604, hasta los primeros años del Persiles, en el Madrid de 1615; en definitiva, la vida nueva de un “letrado” moderno que rompe con las convenciones de la sociedad de su época, en un momento de tránsito entre la vieja sociedad nobiliaria y la nueva sociedad burguesa. Cada siglo lega a la posteridad varias imágenes particulares  de Miguel de Cervantes. Así, el siglo pasado nos dejó, entre otros, el Cervantes de Rodríguez Marín, el de Martín de Riquer o el de Jean Canavaggio; así también el presente ya nos ha dado el Cervantes de José Manuel Lucía Megías, que los siglos venideros se resistirán a echar en el olvido.

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