De la misma manera que don Quijote
pudo decir: “Yo sé quién soy”, no es improbable que Miguel de Cervantes hubiera
podido afirmarlo de sí mismo. José Manuel Lucía Megías, uno de los cervantistas
más avezados de este comienzo de siglo, ha dedicado tiempo e ingenio a
esclarecer esta posibilidad: ¿Quién fue Miguel de Cervantes? El resultado de
sus indagaciones se ha materializado en una biografía de Cervantes rigurosa,
por lo que hace a los materiales aportados, y lúcida, por lo que respecta a los
argumentos esgrimidos, que supedita la solemnidad académica al estilo personal.
Si en la primera parte, La juventud de
Cervantes, subtitulada Una vida en
construcción (1547-1580), mostraba los primeros treinta y tres años de su
vida, en la segunda parte, La madurez de
Cervantes, subtitulada Una vida en la
corte (1580-1604), abordaba los años del alcalaíno en el laberinto de la
Corte hispánica. Y ahora cierra la trilogía con La plenitud de Cervantes, que subtitula Una vida de papel (1604-1616), en la que expone los años cruciales
de nuestro autor.
Con el paso de los años, el autor
del Quijote fue dando lugar a
diferentes imágenes, que pueden sintetizase en estas tres: el Miguel persona,
el Miguel personaje y el Miguel mito. “¿A qué Miguel de Cervantes prestarle
atención?”, se preguntaba Lucía Megías en la “Carta dedicatoria al lector” que
abría el primer volumen de la trilogía. Pues bien, lo que allí proponía como una
declaración de intenciones, es decir, el interés por las tres figuras
distintas, ha pasado a ser un hecho constatable en el tercer volumen de la
biografía que ahora saca a la luz pública, esto es, la unión de las tres
personas distintas en un solo hombre verdadero. Lo cual no es óbice para que el
biógrafo ibicenco distinga en la vida de
Cervantes dos etapas perfectamente diferenciadas: una primera etapa, dinámica o
itinerante, de construcción de una vida, que concluye en 1580, a la vuelta del
cautiverio de Argel (a la que dedica el primer volumen de su excelente
biografía), y una segunda y última etapa, estática o sedentaria, de consumación
de esa vida (a la que dedica los dos volúmenes ulteriores).
Y así como en los dos primeros volúmenes se ocupó en
presentar al lector la construcción
de una vida, la de Miguel de Cervantes el hombre, en este último se empeña en la deconstrucción de los diferentes mitos que han venido a
sobreponerse a la “imagen real” de nuestro escritor más reconocido. En primer
lugar, el mito del escritor fracasado en vida (a la sombra de otros autores de
éxito como Lope de Vega), al que le estaba reservado el reconocimiento de la
posteridad. En segundo lugar, el éxito editorial de su propuesta quijotesca,
frente al fracaso del resto de su obra (total en su faceta de poeta y
dramaturgo, y parcial en el resto de sus obras narrativas). El libro nos brinda
una mirada nueva sobre Miguel de Cervantes, “letrado” que opto por vivir en los
márgenes de la sociedad de su tiempo y
que consiguió realizar un proyecto literario verdaderamente universal, en
franca oposición a aquellos que abordan la vida del genial escritor alcalaíno
en función de su criatura manchega, inaugurada por Gregorio Mayans y Siscar en
1738 y que prosigue hasta ahora.
Frente al mito del genio infeliz y
fracasado, Lucía Megías propone una imagen veraz de Cervantes: la imagen de un
hombre de carne y hueso, del “letrado” en la sociedad de su tiempo, una
sociedad fascinante como lo fue la de la Monarquía Hispánica. Se trata, en
definitiva, de una imagen en la que el biógrafo intenta deslindar lo que puso
Cervantes de lo que sobrepusieron los ilustrados y los románticos ingleses,
franceses y alemanes, antes incluso que los españoles. En este último tramo de
su valiosa biografía cervantina, subtitulado certeramente Una vida de papel, Lucía Megías destaca la difícil relación del
poeta con la sociedad de los Siglos de Oro: el poeta que la nobleza, primero, y
la burguesía, después, relegan a los márgenes de la sociedad; el compañero
desconocido de todas las cosas, que goza y que sufre con todas las cosas; el
poeta, en fin, disconforme y genial que rompe con las convenciones sociales,
incluso con las de la lengua, como reacción contra sus presiones, movido por el
deseo de libertad y por la nostalgia de la sociedad que lo orilla.
Y frente al segundo mito, el del
éxito editorial del Quijote sobre al
resto de su obra, el autor de La plenitud
de Cervantes contrapone “el verdadero autor de un programa literario que no
se agota con El Quijote”. Para ello recurre, en primer lugar, al
análisis de la difusión editorial de sus libros, lo cual reporta algunas
sorpresas; en segundo lugar, al ámbito de recepción de los mismos que tiene
lugar con el paso inevitable del tiempo; y, por último, a las sensaciones de
los lectores, tanto los coetáneos como los ulteriores. Pues, si bien es cierto
que la primera parte del Quijote gozó
de un éxito editorial considerable en 1605, no sucedió lo mismo con la segunda
parte (1615), de cuya edición aún quedaban ejemplares en el año de 1623. Por
otra parte, si bien es cierta la escasa difusión de las obras en verso (Viaje del Parnaso) o en las teatrales
(ocho comedias y ocho entremeses), las Novelas
ejemplares conocieron ocho reediciones desde 1613 a 1622, y el Persiles conoció cinco reediciones en
1617, y en cinco ciudades diferentes: París, Barcelona, Valencia, Pamplona y
Lisboa.
La
plenitud de Cervantes, el último volumen de esta biografía, tiene el mérito de proyectar una
mirada nueva sobre la vida y la obra de Miguel de Cervantes. Tal vez no sea su
menor mérito el hecho de haber destacado, por una parte, la vida marginal del alcalaíno
y, por otra, la originalidad de un programa literario memorable, al que dedicó
los últimos años de vida, los que van desde la publicación de la primera parte
del Quijote, en el Valladolid de
1604, hasta los primeros años del Persiles,
en el Madrid de 1615; en definitiva, la vida nueva de un “letrado” moderno que
rompe con las convenciones de la sociedad de su época, en un momento de
tránsito entre la vieja sociedad nobiliaria y la nueva sociedad burguesa. Cada
siglo lega a la posteridad varias imágenes particulares de Miguel de Cervantes. Así, el siglo pasado nos
dejó, entre otros, el Cervantes de Rodríguez Marín, el de Martín de Riquer o el
de Jean Canavaggio; así también el presente ya nos ha dado el Cervantes de José
Manuel Lucía Megías, que los siglos venideros se resistirán a echar en el
olvido.
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