domingo, 29 de septiembre de 2019

AGUDEZA Y ARTE DE INGENIO

Hace poco más de dos años, Carmen Canet sorprendía a los lectores con una serie de aforismos agavillados bajo el título de Malabarismos. “Carmen Canet piensa como una equilibrista porque comprende que la gramática parda tiene su lírica”, escribía entonces Luis García Montero. Y precisaba: “Su decir es una obra de construcción y destrucción: el arte del malabarismo”. Fue suficiente esa serie de dichos lapidarios para que su autora apareciese en sendas antologías: primero en Bajo el signo de Atenea. Diez aforistas de hoy, y después en Concisos. Aforistas españoles contemporáneos. Recientemente ha presentado Luciérnagas, su segunda incursión en el género, con lo que se consolida como una de las voces más interesantes de la literatura abreviada.
La parquedad de su obra no ha sido óbice para que la autora de Luciérnagas se incorpore al círculo virtuoso del creador. El aforismo, como la poesía o la filosofía, hunde sus raíces en la biografía. Y de ello tenemos muestras más que suficientes en las sentencias de nuestra urcitana. Pero se reduce a eso, mera biografía, hasta que, convertido en vocación, se hace destino. De ahí que Carmen Canet decida “estar al acecho, tropezar en la vida con ideas e imágenes inesperadas, para luego, con un lenguaje lúcido e irónico, lanzar sus visiones a la página y así lograr que nos alcancen, nos sorprendan”, como dice en “Acerca del aforismo” (Bajo el signo de Atenea). Después, y sólo en casos excepcionales, el destino individual entra a formar parte del destino humano.

Carmen Canet conoce bien la técnica de los aforismos: esos enunciados breves y concisos formulados con agudeza y arte de ingenio, como quería Baltasar Gracián. También sabe diferenciarlos de la escritura fragmentaria, de la que forman parte; pues, a diferencia de fragmentos y anotaciones, el aforismo es un enunciado concentrado que, en calidad de fragmento, presenta una forma completa, como dejo dicho Maurice Blanchot. Y para muestra, baste una “breverdad” de las suyas: “La destreza del aforista es jugar a cuatro bolas: el arte del matiz, el arte de envolver, el arte del acabado y el arte de descifrar el silencio”. O también esta otra: “Las relaciones comienzan siendo sólidas, luego se vuelven líquidas y después gaseosas. Como los estados de la materia”.
            En el librito que ahora da a la estampa, bajo el título de La brisa y la lava, Carmen Canet selecciona sus reflexiones acerca del género, con el firme propósito de definir la naturaleza del aforismo y de establecer el sentido y el valor de esta forma expresiva. Así afirma: “El aforismo tiene la levedad de la brisa y el fuego de la lava”. Y también: “El aforismo es blando con las espigas, duro con las espuelas y tierno con el rocío”. Respecto al sentido del aforismo, escribe: “En los aforismos afloran los sentimientos a través del pensamiento”. Y sentencia: “Aforismo: ¡Menos elocuencia y más sugerencia!” Por lo que hace a su valor, no duda en afirmar: “Los aforismos se construyen para reconstruir la vida”. E incluso: “A veces, los aforismos son espejos donde nos podemos mirar”.
            La cuestión del género, que debería ser irrelevante, adquiere en este caso un valor adicional, sobre todo si tenemos en cuenta que, durante el siglo pasado, sólo practicaron la escritura aforística en castellano la mexicana de origen alemán Mariana Frenk-Westheim y las españolas María Asunción Echagüe y Dionisia García. Nuestra autora pertenece, en efecto, a ese grupo de mujeres que comenzaron a practicar la literatura abreviada, sin esperanza, pero con convencimiento, en los albores del presente siglo, entre las que destacan Isabel Bono o Eliana Dukelsky. Tanto por su agudeza de pensamiento, como por su arte de ingenio, la autora de La brisa y la lava está llamada a ocupar un lugar preferente entre quienes se sientan tentados por la literatura aforística.

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