Hace poco más de dos años, Carmen Canet
sorprendía a los lectores con una serie de aforismos agavillados bajo el título
de Malabarismos. “Carmen Canet piensa
como una equilibrista porque comprende que la gramática parda tiene su lírica”,
escribía entonces Luis García Montero. Y precisaba: “Su decir es una obra de
construcción y destrucción: el arte del malabarismo”. Fue suficiente esa serie
de dichos lapidarios para que su autora apareciese en sendas antologías:
primero en Bajo el signo de Atenea. Diez
aforistas de hoy, y después en Concisos.
Aforistas españoles contemporáneos. Recientemente ha presentado Luciérnagas, su segunda incursión en el
género, con lo que se consolida como una de las voces más interesantes de la
literatura abreviada.
La parquedad de su obra no ha sido
óbice para que la autora de Luciérnagas
se incorpore al círculo virtuoso del creador. El aforismo, como la poesía o la
filosofía, hunde sus raíces en la biografía. Y de ello tenemos muestras más que
suficientes en las sentencias de nuestra urcitana. Pero se reduce a eso, mera
biografía, hasta que, convertido en vocación, se hace destino. De ahí que Carmen
Canet decida “estar al acecho, tropezar en la vida con ideas e imágenes
inesperadas, para luego, con un lenguaje lúcido e irónico, lanzar sus visiones
a la página y así lograr que nos alcancen, nos sorprendan”, como dice en
“Acerca del aforismo” (Bajo el signo de
Atenea). Después, y sólo en casos excepcionales, el destino individual entra
a formar parte del destino humano.
Carmen Canet conoce bien la técnica de
los aforismos: esos enunciados breves y concisos formulados con agudeza y arte
de ingenio, como quería Baltasar Gracián. También sabe diferenciarlos de la
escritura fragmentaria, de la que forman parte; pues, a diferencia de
fragmentos y anotaciones, el aforismo es un enunciado concentrado que, en
calidad de fragmento, presenta una forma completa, como dejo dicho Maurice Blanchot.
Y para muestra, baste una “breverdad” de las suyas: “La destreza del aforista
es jugar a cuatro bolas: el arte del matiz, el arte de envolver, el arte del
acabado y el arte de descifrar el silencio”. O también esta otra: “Las
relaciones comienzan siendo sólidas, luego se vuelven líquidas y después
gaseosas. Como los estados de la materia”.
En
el librito que ahora da a la estampa, bajo el título de La brisa y la lava, Carmen Canet selecciona sus reflexiones acerca
del género, con el firme propósito de definir la naturaleza del aforismo y de
establecer el sentido y el valor de esta forma expresiva. Así afirma: “El
aforismo tiene la levedad de la brisa y el fuego de la lava”. Y también: “El
aforismo es blando con las espigas, duro con las espuelas y tierno con el
rocío”. Respecto al sentido del aforismo, escribe: “En los aforismos afloran
los sentimientos a través del pensamiento”. Y sentencia: “Aforismo: ¡Menos
elocuencia y más sugerencia!” Por lo que hace a su valor, no duda en afirmar:
“Los aforismos se construyen para reconstruir la vida”. E incluso: “A veces,
los aforismos son espejos donde nos podemos mirar”.
La
cuestión del género, que debería ser irrelevante, adquiere en este caso un
valor adicional, sobre todo si tenemos en cuenta que, durante el siglo pasado,
sólo practicaron la escritura aforística en castellano la mexicana de origen alemán
Mariana Frenk-Westheim y las españolas María Asunción Echagüe y Dionisia
García. Nuestra autora pertenece, en efecto, a ese grupo de mujeres que
comenzaron a practicar la literatura abreviada, sin esperanza, pero con convencimiento,
en los albores del presente siglo, entre las que destacan Isabel Bono o Eliana
Dukelsky. Tanto por su agudeza de pensamiento, como por su arte de ingenio, la
autora de La brisa y la lava está
llamada a ocupar un lugar preferente entre quienes se sientan tentados por la
literatura aforística.
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