lunes, 15 de abril de 2019

SAN MARTÍN DEL REY AURELIO, CUANDO ENTONCES



En el curso medio del río Nalón se asienta el concejo de San Martín del Rey Aurelio, ya en pleno valle de Langreo y dentro de su zona carbonífera. El  territorio está cruzado por pequeños valles secundarios y suaves montañas forestales, aunque se halla presidido por el monte de Los Tres Concejos, que supera los 1200 metros. El cauce del río adolescente, casi niño, serpentea por el valle central, sorteando aquí y allá los valles secundarios, que lo alimentan con sus pequeños arroyuelos, e indica a la carretera carbonera, que desciende desde el puerto de Tarna, el mejor camino a seguir, lo mismo que al ferrocarril de Langreo que, procedente de Gijón, muere en Laviana, y cuya antigüedad solo es superada por el tendido ferroviario que discurre entre Barcelona y Mataró. Río, carretera y ferrocarril se aproximan aquí, se cruzan allá y se separan acullá, en función de los caprichos del terreno, y circundan o atraviesan las tres poblaciones que constituyen el concejo: Blimea, Sotrondio y El Entrego.
Alguien dijo que no somos de donde nacemos, sino de donde estudiamos el bachillerato. Si eso fuera así, puedo considerarme de Sotrondio a todos los efectos, no solo porque allí curse accidentalmente segundo de bachillerato, sino también porque residí en la barriada de El Serrallo, en el seno de una familia minera, durante los años en que estudié la enseñanza media en el instituto Virgen de Covadonga de El Entrego. El Sotrondio de que hablo ahora fue la capital del concejo, antes de convertirse en uno de los tres núcleos urbano, además de Blimea y El Entrego, que forman la tríada asturiana de San Martín del Rey Aurelio, en el concejo homónimo, por reciente decreto de la Comunidad Autónoma. Por si todo aquello no fuera bastante, Sotrondio fue mi escuela primaria durante los años de infancia y mi hogar durante los años de mocedad: en sus calles, sus plazuelas y sus barrios aprendí a vivir, comprendí el sentido de la cordialidad y el respeto que debemos a nuestros semejantes.

            La zona urbana de Sotrondio y de su populoso barrio obrero El Serrallo, el más poblado de la cuenca minera del Nalón, se encuentra en medio de huertas de labor y prados para el aprovechamiento ganadero, que ocupan más de la mitad de la superficie del concejo. Las laderas umbrías de los valles secundarios se hayan cubiertas por bosques mixtos de carbayos, abedules, castaños y hayas. No se sabe por qué razón el rey Aurelio, quinto de la dinastía asturiana, dejo las riberas apacibles del río Sella, a su paso por Cangas de Onís, para establecerse en las orillas quebradas del río Nalón, a su paso por San Martín; lo cierto es que permaneció en estas tierras hasta su muerte, ocurrida allá por el año 774, y se encuentra enterrado en la iglesia de San Martín de Tours. Por cualquiera de los valles que ascendemos o de las laderas que transitamos he podido encontrar panorámicas inolvidables, como la que se aprecia desde La Envernal, en dirección sureste, con los montes de Peñamayor al fondo, o la vista desde La Campeta, en dirección noroeste, con el caserío de El Entrego a los pies.
            Pero bajo este mundo de la vida se desarrollaba, hasta hace pocas décadas, el fatigoso mundo del trabajo, en el que cientos de mineros gastaron su vida en ganársela, por emplear la ajustada expresión con que Bernard Shaw definió al hombre manchesteriano. El nacimiento del concejo, primero en 1812 y definitivamente en 1837, coincidió con el inicio de la industria minera, que transformaría el paisaje del concejo en pocos años. De manera que, a mediados del siglo pasado, el modelo agrario tradicional de la zona había dado paso al modelo minero industrial que conocimos. La proliferación de bocaminas, castilletes metálicos, puentes, vías férreas o teleféricos cambio las formas de vida de los habitantes, consolidando así el segundo estadio de la minería, el que urden los pozos verticales, al sustituir la explotación superficial de las capas de carbón y la minería de montaña. Es el momento en que, bajo la política autárquica del régimen franquista, surgen las barriadas mineras, que acogieron a la ingente cantidad de trabajadores oriundos de otras provincias españolas.
Antes de que la industria minera empezara a sentir síntomas de asfixia, después de siglo y medio de afanoso laboreo, el interés por la formación y la cultura de los jóvenes fue en aumento. ¿Moría un mundo? ¿Nacía otro? Las escuelas unitarias, las agrupaciones escolares, las academias y los colegios multiplicaban su presencia. Los retoños sotrondinos del baby boom, que así ha dado en llamarse a los nacidos en el tercer cuarto del siglo pasado, tuvimos la ocasión de estrenar las aulas del grupo escolar de El Serrallo y, dos o tres años más tarde, las del colegio libre adoptado Santo Tomás de Aquino de El Entrego, que en 1964, y tras la necesaria ampliación, pasaría a llamarse instituto Virgen de Covadonga, segundo del valle tras el de Sama y uno de los ocho existentes en la región por aquel entonces. También abrimos la Biblioteca Pública de Sotrondio y el Polideportivo de El Entrego. En los hogares de familias mineras, donde hasta entonces apenas habían entrado las novelas de El Coyote o Marcial Lafuente Estefanía, empezaron  a ocupar su lugar Antonio Machado o Miguel de Unamuno, Albert Camus o Jean-Paul Sartre. Y las tonadas de música popular asturiana empezaron a alternarse con The Beatles y The Rolling Stones.
Este Sotrondio del que vengo hablando ya no existe… Puedo comprobarlo con sorpresa cada vez que regreso a estos lugares. La carretera carbonera se ha transformado en el Corredor del Nalón. Las escombreras han dado paso a anodinos polígonos industriales. En sus prados y huertos de labor proliferan las casas y los bloques de pisos, en buena medida deshabitados. El Sotrondio de los años cincuenta y sesenta es posible que nunca haya existido, a no ser en la imaginación de quienes vivimos cuando entonces. Pero solo hemos que cerrar los ojos para volver a pasear por la orilla del río, para encontrarnos con los amigos en la plaza Ramón y Cajal, para aventurarnos por algunos de los valles convergentes y otear el valle desde El Rimadero o desde La Envernal. Y cuando me encuentro perdido en el infierno que habitamos a diario, como diría Italo Calvino, el recuerdo de aquellos días me ayuda a buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.

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