domingo, 5 de mayo de 2019

ELOGIO Y REFUTACIÓN DEL JUEGO


Contra la usura anonadante del tiempo, el derroche del juego.

La seducción y el poder: he ahí el tinglado de la antigua farsa.

El poeta continúa a su manera ese juego de la naturaleza del que es, como el pájaro o la piedra, una de sus realizaciones.

La poesía, que es juego a vida o muerte, jamais n’abolira le hasard.

Nada aburre tanto como la diversión. Por eso aburren, ¡y de qué modo!, los escritores empeñados en parecer divertidos.

Para instinto lúdico, el de los pájaros.
 
(El caminante y su sombra).
—Ser o no ser: esa es la cuestión.
—Ser y no ser: asunto peliagudo.

El hombre ha pasado por ser sapiens, faber, ludens… Digamos paradójico y lo habremos dicho todo.

(Filosofía del arquero). ¿Errar el tiro? ¡Claro! A ser posible, por elevación

El escepticismo hedonista de las élites ya tiene su contrapartida: el desasosiego lúdico-festivo de los ilotas.

Deseo. Placer en potencia. 
¿Y placer? Deseo en acto.

En el eterno juego de la vida caben: la pobreza escandalosa y la opulencia obscena, la espiritualidad refinada y el materialismo extremo, la esclavitud voluntaria y la predisposición a ver más allá de lo obvio.

El juego de vivir es una cosa seria. Para el buen jugador, como en cualquier otro juego de suerte, no tiene cabida la trampa.

La picadura del escorpión suele ser mortal; la picadura del aforismo, un sí es no es mortífera.

(Regreso al futuro).
—Respondan: ¿hay alguien ahí fuera?
—Contesten: ¿hay alguien ahí dentro?

El juego del hombre está plagado de trampas y trampantojos, que los buenos aforismos se encargan de mettre au jour.

Resulta inútil amordazar el sentimiento de animadversión cuando lo que está en juego es el pan ácimo de la justicia ultrajada.

Cada sociedad genera un tipo de hombre: sapiens, faber, ludens… Y el de la sociedad lúdico-masiva no podía ser otro que el demens.

Guerra. Manera curiosa de buscar la paz.

¿Y paz? Tiempo muerto entre dos guerras.

El arte moderno resulta, en unos casos, demasiado antiestético  para ser arte y, en otros casos, demasiado caro para ser juego.

(Sabiduría salobre.) Hay cosas con las que no se juega, como no sea con los juegos del humor, que cauterizan cualquier herida.

En el mercado de la cultura lúdico-festiva se confunde con harta frecuencia el oro y los oropeles.

La fiesta convierte el juego en una costumbre; vale decir, lo pervierte.

A fin de cuentas, el juego depende de la honradez del sujeto que juega.

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